Escribir sobre tebeos y contar una historia vivida en compañía de viñetas es siempre un ejercicio apasionante; es sumergirse en un tiempo turbulento en emociones, con vínculos y estímulos difíciles de entender desde la edad adulta. Ni falta que hace. No imagino la vida madura sin memoria de aquello que fuimos, de cuanto vivimos, de lo que soñamos e idealizamos. Renunciar hoy a los tebeos, no amarlos calurosamente, sería como perder las raíces más profundas de nuestra infancia. Personalizando –si es que hasta ahora no lo he hecho--, sería como desprenderme de la esencia del niño que fui, de aquellas primeras luces, no siempre iluminadas. Sí, ya sé que habrá quien antepondrá el otro gran velador de la infancia, el cine; y lo entiendo, no voy yo a renegar ahora de mi alma cinéfila. Pero los tebeos poseían algo más, un plus afectivo que aumentaba en función de la relación sintónica con el personaje central, o de la extravagancia de la historia que encerraban. ¿El cine de los pobres? Puede ser. Pero su carácter material, físico, el hecho tenerlos entre las manos una y mil veces, leerlos y releerlos, deleitarse con el detalle de una viñeta, observar el brillo de las portadas, su característico olor a tinta fresca, saber que eran tuyos para siempre –es un decir--, los hacía diferentes, mágicos, fieles compañeros al fin y al cabo.
Los tebeos de nuestra infancia eran como una divina potestad que cubría de magia aquella atmósfera gris y apesadumbrada, tenebrosa por momentos; un manto lumínico que esclarecía las tinieblas de aquellos días. No creo exagerar si digo que todo nuestro mundo aspiracional, los héroes que suspirábamos ser, las aventuras que anhelábamos vivir, los lugares que deseábamos conocer estaba ahí, en los tebeos. Y también la magia, el arrojo, la nobleza, la amistad sentida, la justicia, la épica…, todo eso eran los tebeos, que por algo habían bebido en las fuentes de la novela decimonónica de aventuras, en la creatividad de los grandes autores: Dumas, Cooper, Stevenson, Salgari, Scoot, Verne. Dickens, Reid, Feval, etc. Bebida que no sentó por igual a las editoriales y autores gráficos que la escanciaron, no hay más que observar la ingenuidad de ciertos trabajos. Pero los orígenes del tebeo de posguerra, sus constantes, se remontan a esos nombres y a obras como El Capitán Blood, Ivanhoe, El libro de la selva, El hombre invisible, Los tres mosqueteros, etc., etc. Sin olvidar el folletín seriado, verdadera antesala del tebeo, con sus dramas y atmósferas de los más truculento e hijo así mismo de la novela universal de aventuras.
Grandes Historias para la Juventud
Cuaderno núm. 2
Los tebeos englobados en el presente catálogo, los llamados cuadernillos, hacen su aparición en España de forma decidida y contundente apenas finalizada la guerra civil. Atrás habían quedado tiempos en los que el medio vehiculaba mensajes satíricos sobre actualidad social, política y religiosa; y también de carácter educativo. Ahora llegaban libres de corsés, sin más objetivo que el de servir de entretenimiento, con la épica por bandera, mayoritariamente. Héroes desprovistos de corsés, sin otra misión que la de impartir justicia sin miramientos de ningún tipo. Y si para ello tenían que matar al malvado de turno, pues se mataba, a golpes, atravesado con la espada o con un balazo en el estómago, el caso era eliminar al indigno, al tirano, al usurpador, al opresor. Y nosotros tan contentos, sin traumas ni ánimos miméticos; éramos niños pero no tontos.
Pero fue llagar el tebeo a los quioscos y aparecer el tío Paco con la rebaja, ofreciendo al pueblo una España misérrima en libertades, al tiempo que una censura idiota. Si a eso añadimos las carencias propias de un país que aún se lame las heridas, que ha sido despojado de todo bagaje editorial durante los últimos tres años, concluiremos que el horizonte era poco esperanzador. Un panorama deprimente, irrespirable para espíritus inquietos. Todos, chicos y grandes metidos en un pozo oscuro, aunque los mayores –reconozcámoslo-- no disponían de mucho tiempo para lamentaciones, bastante tenían con tratar de llevar sustento a los suyos. Pero los niños… ¿Quién sacaba del pozo a los niños? ¿Quién podía ofrecerles entretenimiento por apenas unos céntimos de peseta? La respuesta estaba en el quiosco, o en la librería, o en el estanco –allí también los vendían, al menos en mi pueblo--, porque ahí se encontraban los tebeos. Ellos, como nadie, podían curar nuestra melancolía –el cine era para señoritos, al menos el que echaban en las salas de estreno--.
Quizás me esté desviando de la cuestión central, pero ya he dicho al principio que hablar de tebeos es siempre un ejercicio apasionante y no puedo por menos que dejarme llevar por los sentimientos, por las emociones que afloran espontáneas. Este es un sitio sobre tebeos y no puedo por menos que empezar recordando mis primeras luces, la fascinación inicial por las viñetas cuando apenas había cumplido seis años. Y agradecerles su existencia y el que pudieran lograr sobrevivir en una España gris y canalla, trufada de incompetencia entre aquellos que supuestamente velaban por la moral y las buenas costumbres.
Mi casa era una de las muchas casas baratas que se construyeron en España en tiempos de posguerra, fruto de un plan denominado Regiones Devastadas. Reconozco que entonces nunca reflexioné acerca del ese extraño nombre; no se habían dado las circunstancias para ello: jamás lo había visto escrito, siempre de oídas. Y concluí que aquellas casas humildes pertenecían --o las había construido-- el Sr. Vastadas. Estaba claro. ¿De quién podían ser con ese nombre? Pues de Vastadas, naturalmente. Pues bien, en esa casa, donde para comer carne mis hermanos recurrían a veces a la colocación de trampas en el patio de la casa en busca de algún pajarito, descubrí por vez primera los tebeos. Y lo hice de la mano de mi madre, devoradora incansable de todo tipo de relatos.
Cuaderno núm. 6 de la primera edición
La recuerdo a veces abriendo cajones de una cómoda vetusta que teníamos en el comedor y sacando algún cuaderno de portada colorista que luego devoraba sentada en la mecedora. En aquellos cajones descubrí centenares de tebeos, y también folletines, que mi madre guardaba con mimo desde hacía décadas. La mayoría de ellos pertenecían al mayor héroe, o héroes, según se mire, que ha tenido el tebeo español: Roberto Alcázar y Pedrín –lo de mayor se refiere especialmente a longevidad, que nadie se rasgue las vestiduras, aunque no acepto deméritos hacia esta inolvidable colección. Pero también estaban Suchai y Zarpa de león entre otros.
Cuaderno núm. 3
A veces me subía encima de la mecedora, y de mi madre, y ella me leía un tebeo –de Roberto Alcázar, normalmente--, señalándome cada viñeta e interpretando sus textos para que yo pudiera seguir la trama fielmente. Mi fascinación por Roberto iba en aumento a medida que conocía nuevas portadas, nuevas historias: menuda enciclopedia de personajes y lugares, de artilugios y monstruos extraños, de mujeres desamparadas y de femmes fatales. Y menudo desparpajo y vocabulario el del mocito Pedrín, al que pronto sublimé hasta la envidia cochina.
Cuaderno núm. 1
Me fijaba en el dorso de los cuadernos y me sorprendía la enorme lista de títulos publicados –si no recuerdo mal la colección sobrepasaba ya los tres centenares—. Por el contrario, miraba los dorsos de Zarpa de león –colección que llevaba en casa varios años guardada— y ni rastro de numeración. Supongo que no le di mucha importancia, pero era extraño comprobar esa diferencia entre una y otra colección. ¿A qué obedecía esa contradicción?
Luego vinieron años de amigable relación con el medio, hasta que llegó la adolescencia y el cine, la música y las chicas sustituyeron a los tebeos. Todo eso lo he contado en mi libro LA MAGIA DE MAGA, por si alguien está interesado en conocer como fueron esos años mágicos en mi caso particular.
La Magia de Maga
Ed. Glenat, 2002
Mas tarde, casado y con hijos, alguien llamó de nuevo a mi puerta más íntima, la del alma, la que preservaba los recuerdos almacenados de la infancia. Y resultó que quien llamaba eran los tebeos, aquellos personajes a los que un día di la espalda y dejé aparcados –y por lo visto no olvidados--, que volvían a reclamar atención. Y apareció la nostalgia, el recuerdo de días pasados, la admiración por el trazo de autores como José Ortíz y su Pantera Negra, Ambrós y su Capitán Trueno, Gago y su Guerrero del Antifaz. Y por supuesto, Vaño y la pareja compuesta por Roberto Alcázar y Pedrín. Pero, como digo, esa es una historia que ya he contado.
Cuadernos números 1
Ahora toca entrar de lleno en el objetivo del presente Blog, apuntado ligeramente cuando comentaba la diferencia entre Roberto Alcázar y Pedrín y Zarpa de león, el porqué de una numeración visible en el caso de la primera y una numeración ausente, en el caso de la segunda –sólo años después pode observar que también Zarpa de león llevaba número impreso, pero de tapadillo, escondido entre la maraña de dibujos de la portada.
TEBEOS BAJO SOSPECHA: 1939 - 1951
Aunque con anterioridad a la guerra civil existieron múltiples editoriales que publicaron colecciones de tebeos en formato cuadernillo, bastantes más de la creencia generalizada, 1939, o 1940, como se prefiera, fue el año realmente clave en la resurrección y expansión definitiva de este tipo de soporte narrativo. Con anterioridad al levantamiento militar, y durante el mismo, el hábitat tradicional de las viñetas eran los llamados Semanarios de historieta. La guerra civil provocó una catarsis obligatoria en muchas de las editoriales, de manera que en su resurrección posbélica se presentaron en el mercado con renovadas ideas, o lo que es lo mismo, con una nueva concepción de producto, al menos en un porcentaje alto del global de la producción. A ese producto masivo se le dio en llamar cuaderno o cuadernillo. El género aventurero se convirtió en la fuente principal de argumentos, sin olvidar el humorístico, el infantil y los llamados cuentos de hadas.
Cuaderno núm. 1
Cuadernos núm. 1
Sobre este trasvase, sobre el influjo que tuvo en esa transmutación una editorial como Hispano Americana y su caterva de maravillosos personajes del cómic americano de aventuras --aparecidos en semanarios como Yumbo (1934), El Aventurero (1935) y Tim Tyler (1936)--, ya se ha escrito lo suficiente, existen varios libros que recogen la importancia e influencia de esos héroes yanquis en el tebeo autóctono. No es por tanto el objetivo de este libro-catálogo pormenorizar sobre ello. Pero quizás si sea conveniente recordar que esta editorial, junto a Molino, fueron las grandes impulsoras del formato, ya en 1936, con cuadernos dedicados a personajes como Tim Tyler, El Agente Secreto X-9, Flash Gordon, Radio Patrulla y Jim el Temerario –los cuatro primeros con el sello de Hispano Americana y el último de Molino--. Estos cuadernos o álbumes tuvieron la desdicha de aparecer en el momento menos oportuno; no era el año para sacar pecho y la guerra frustró la más que posible progresión del nuevo formato y de los héroes que lo habitaban. Pero nadie puede discutir la importancia de su aparición y la influencia de estas iniciativas en el devenir futuro del cuaderno una vez concluida la contienda.
Cuaderno núm. 1
Franco y sus aláteres habían ganado y España se convirtió en su parcela particular, un terreno donde sembrar todo tipo de reglas, doctrinas y prohibiciones, siempre, claro, con la excusa de construir una España Grande y Libre… ¡Arriba España! Qué pena que no hubiéramos contado con una pareja como Roberto Alcázar y Pedrín en el otro bando.
La prensa infantil, entre otras, sufrió un rosario de prohibiciones que acabó enloqueciendo a editores y lectores; ni los unos podían publicar cabecera alguna que tuviera aparición periódica, ni los otros distinguir y seguir puntualmente a sus personajes favoritos. Este acoso al papel impreso se inicia ya en 1937, cuando Franco centraliza su maquinación represora sobre todo lo que oliera a imprenta en la Delegación para la Prensa y Propaganda, organismo al que un año después, en enero de 1938, se incorporaría como máximo responsable Ramón Serrano Suñer, fiel seguidor y propagador de ideologías nazis.
De manera que… ¡Ostras, Pedrín!, el sector amaneció a la Paz con menos paz que nunca. La guerra había terminado, si, pero sólo la que afectaba a la integración física. Ahora empezaba otra batalla, la ideológica.
Como si alguien hubiese tocado diana, el sector de la historieta se puso en pié de manera unánime. Eran tiempos de incomunicación absoluta –salvo la oficial-- y, sin embargo, todos los editores coincidieron en el tipo de tebeo a producir cuando no existía la más mínima conexión entre ellos. De pronto, tanto las editoriales ya experimentadas en el terreno de la viñeta como las de nuevo cuño iniciaron su cruzada particular contra el aburrimiento de los más pequeños y menos pequeños inundando de cuadernos las fachadas de los quioscos. Los Semanarios, tan presentes antaño, bajaron su presencia para ceder espacio a los cuadernos de aventuras.
Editoriales ya experimentadas en el sector, como Hispano Americana, Marco, SGEL fueron de las primeras en reaccionar; también Bruguera, que acababa de estrenar nuevo nombre. Otras, como Valenciana y Guerri, que hasta el momento había experimentado con la novela y/o folletín, cambiaron sus conceptos de edición y también se sumaron a la movida tebeística. Pero quizás lo más llamativo fue la aparición asombrosa –por la cantidad-- de nuevos sellos, algunos de los cuales se quedarían el sector para gloria de éste: Cliper, Grafidea –que tuvo una vertiginosa y cambiante irrupción (ver apartado Grafidea), Ameller, Proa, Rialto, Marisal, …, y poco más tarde Tesoro (1944), Tritón (1944), Toray (1945), Fantasio (1945), Bergis (1945) Ricart (1947), etc.
(Continúa en el apartado PRIMERAS SERIES Y CUADERNOS)
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