Buscar este blog

sábado, 6 de julio de 2013

EL HOMBRE DE PIEDRA (Valenciana, 1950)



Editorial: Valenciana
Año: 1950
Ejemplares:  210

Dibujos:  Manuel Gago
Guión:  Pablo y Manuel Gago
Tamaño:  17 x 24 cm.
Páginas:  10 + cubiertas
Precio:  1,25 pta.






En 1950, Manuel y Pablo Gago sorprendían a propios y extraños con una creación atípica y admirable dentro de panorama autóctono del tebeo. Purk, el Hombre de Piedra. La colección se situada en el periodo lítico del hombre, un escenario apenas explorado por el tebeo español.

El Hombre de Piedra --sin Purk--, como de inmediato fue definida por Editorial Valenciana, representó un giro sorprendente en el quehacer de habitual de Manuel Gago. El autor estaba acostumbrado a personajes de capa y espada o de pistola en cinto, a intrigas palaciegas, detectivescas o aventuras selváticas, que eran los asuntos que el tebeo había tomado de la novela decimonónica y del folletín. Sin embargo, aquí, la atmósfera y las armas eran tan primitivas como el material del que estaba hechas estas últimas, de piedra.

Tampoco el tebeo español poseía mucha más experiencia. No me atrevo a asegurar si fue la primera incursión del tebeo en ese prehistórico terreno, pero si me apuran un poco juraría que así fue. Sólo recuerdo un acercamiento más o menos sutil de la editora Guerri en uno de sus cuadernos monográficos aparecidos en los primeros años cuarenta. Bajo el título En el Centro de la Tierra, contaba la historia de dos profesores de universidad adentrándose en una cueva en busca de restos prehistóricos. Y los encontrarán, incluso vivitos y coleando: seres de la era cuaternaria de lo más primitivo como pueden observar en la viñeta que figura a continuación.

 En el Centro de la Tierra (Guerri, 1940)
Viñeta interior

Tampoco el cine o la novela parece que pudieran inspirar en exceso a los hermanos Gago en tamaña aventura, aunque como recoge Pedro Porcel en su primoroso libro Tragados por el abismo, en la primera mitad del siglo XX se dieron algunos ejemplos más o menos cercanos al mundo reflejado por Purk. En todo caso, la apuesta por una cabecera de tales hechuras constituyó una propuesta tan novedosa como rebelde; un giro pleno de transgresión sectorial.

El Hombre de Piedra empezaba así su relato: “Hace muchos siglos, en la Edad de Piedra, cuando el hombre vivía en chozas o cavernas y se alimentaba de la caza y la pesca, hallándose casi continuamente en lucha con feroces y monstruosos animales, de los que se defendía con armas toscas por él construidas, había una gran tribu o familia en una región montañosa, dedicada casi por entero al pastoreo y al cultivo de algunos productos agrícolas”.

Cuaderno núm. 6

La gráfica no mostraba sin embargo a unos personajes con pinta de australopitecos, propios de un periodo establecido 2,5 millones de años atrás. La plasmación gráfica de Gago era pura perfección corporal; un personaje esbelto y musculado que poco tenía que ver con la idea preconcebida de los moradores de la época establecida por cromos y enciclopedias. Y es que las coordenadas históricas de la colección eran algo sui géneris, libertarias, como lo fueron la mayor parte de las colecciones del tebeo clásico español. Por la serie desfilaban dinosaurios y seres amorfos de mundos remotos, a mogollón, pero también aldeas de vida colectiva, con sus jefes; incluso algunas con sus reyes y reinas. Y por supuesto no faltó la ambivalencia de buenos buenísimos y malos malísimos tan característica de Gago. Tampoco el clásico triángulo amoroso, con un protagonista ciegamente enamorado sin sospechar las pasiones que despierta en otra mujer.

Fue la tercera gran creación del autor, después de El Guerrero del Antifaz y El Pequeño Luchador, aunque en mi opinión su escalafón cualitativo debería al menos subir un escaño por la enérgica ruptura temática que representó. Luego el número a número se encargo de demostrar que la ruptura se ciñó exclusivamente al escenario; lo otro, personajes, trama, idas y venidas del argumento, fue lo de siempre, el mix al que Gago nos tenía ya acostumbrados. Años después el dibujante repetiría escenario con Piel de Lobo (1959), una de las mejores colecciones de la factoría Maga, y Castor (1962). 

Cuaderno núm. 1


 Página interior del cuaderno núm. 2


viernes, 21 de junio de 2013

EL HOMBRE DE LA ESTRELLA (Bruguera, 1947)







Editorial: Bruguera
Año: 1947
Ejemplares:  26
Dibujos:  Borné y Martínez Osete
Guión:  Borné y P. Quesada
Tamaño:  17 x 24 cm.
Páginas:  16 - 10 + cubiertas
Precio:  1 pta.



1947 fue un año clave en el devenir de Bruguera. Al renacer de la revista de historietas por antonomasia del tebeo español, Pulgarcito, Bruguera sumó su apuesta firme y decidida por el cuaderno de esencia aventurera. Un periodo en el que el Rafael González ejercía desde hacía menos de un año de alma máter de la editorial; cargo que hoy podría definirse como Director Técnico.
Ese año vio nacer --además de la colección que nos ocupa-- cabeceras como Ted el Pelirrojo, El Caballero de las Tres Cruces, Brick Bradford y Ricardo Mantecas y Jorgito Apuros, siendo la colección de Borné la que alcanzaría mayor éxito: veintiséis cuadernos, una cifra sensiblemente superior a otra de las cabeceras encumbradas hoy por los aficionados al género, como es El Caballero de las Tres Cruces, que se quedó en diecisiete entregas. Sin duda, las portadas de Borné tuvieron mucho que ver en ello. Bellas y potentes como pocas en esos años. De hechuras rotundas y resueltas, tanto en lo gráfico como en lo cromático. Tampoco desmerecía el dibujo interior, a pesar de la ensalada de influencias o calcos que mostraba: Freixas, Gago, Raymond…, incluso Clarence Gray, Ferrando y Emilio Boix estuvieron presentes en los rasgos faciales o físicos de algunas viñetas desde el mismísimo número uno. Más tarde la fijación fusiladora de Borné se tranquilaría, dando lugar a un dibujo algo más personalista, aunque sin apartar del todo la mirada sobre Emilio Freixas. 

Cartel anunciador


Félix Borné había iniciado su andadura un par de años atrás en hispano Americana, concretamente en la serie Infantil de las Grandes Aventuras, que fue por otra parte la colección nodriza de muchos de los dibujantes del país en esos primeros años del cuadernillo. Hemos localizado hasta tres cuadernos firmados por el incipiente autor, cada uno de ellos ubicado en género diferente: un aventura en la jungla (Balik el Cruel), un western (El Vengador del Desierto) y un cuanto de hadas (El Hijo del Rajá), cada uno con sus filias correspondientes, incluido un extraño acercamiento a otro dibujante de esa época que tampoco se quedó manco a la hora de buscar referentes inspiradores, Ricardo Beyloc.  
El guión, obra en un principio de Borné y más tarde de Pedro Quesada, era tan previsible como atractivo para unos tiempos donde la exigencia lectora de los más jóvenes apenas existía. La acción tenía lugar en Lautemburgo, capital del reino de Suravia, donde nuestro héroe, cubriendo su rostro con una capucha y luciendo una estrella en el pecho, pondrá fin a la tiranía del Rey Adolfo con la ayuda de su fiel amigo Puño de Hierro. Aunque para ello tendrán que lidiar con una manada de energúmenos de armas tomar, en el sentido literal del término.
Al contrario que la mayoría de los héroes enmascarados, El Hombre de la Estrella, aparece en escena sin mayor coartada a su fijación justiciera. Ni un motivo ni una causa por la que luchar, salvo el talante bondadoso en favor de los más necesitados y contra la tiranía del que hace gala. Tampoco parece que existan razones a su personalidad clandestina, aunque no hemos podido examinar toda la colección.   
“Era el enigmático y temido personaje que intervenía siempre que era necesaria su espada justiciera: El Hombre de la Estrella. Así rezaba el texto que acompañaba la primera aparición del protagonista cuando éste acude en ayuda de un condenado a muerte. El reo –futuro Puño de Hierro--, una vez libre, le dirige estas palabras a su misterioso salvador: “Quienquiera que seáis, caballero, yo os bendigo con toda mi alma. Disponed de mi hasta la muerte. Soy vuestro esclavo”. Gente agradecida la del tebeo, sí señor. 

Los ejemplares núm. 14, 15 y 16 fueron obra de Martínez Osete. A partir del núm. 17 la colección pasaría de nuevo a manos de Borné.


Cuaderno núm. 1
portada y página interior








martes, 11 de junio de 2013

EL HOMBRE DE AMÉRICA (Grafidea, 1950)





Editorial: Grafidea
Año: 1950
Ejemplares:  16
Dibujos:  Julio Bosh
Guión:  Amorós
Tamaño:  12 x 17 cm.
Páginas:  18 + cubiertas
Precio:  1 pta.





1880, California. El protagonista se muestra en la primera viñeta acompañado del siguiente texto: “Habla El Hombre de América. Muchos han dudado de la existencia del Hombre de América. Lo creo. Su personalidad apareció velada bajo la multitud de disfraces que adoptó en su trabajo. Sin embargo existe una amplia documentación que se guarda en el archivo de la biblioteca y que habla de una forma elocuente de las actividades de nuestro hombre. Digo esto porque lo sé y hay una razón que me impulsa a saberlo… ¡El Hombre de América soy yo!
Leyendo la introducción uno tiene la sensación de que El Hombre de América no fue ni mucho menos el mejor guión salido de la pluma de Federico Amorós, por otra parte uno de los grandes nombres del tebeo clásico autóctono. Y leyendo un poco más, la sensación se convierte en convicción. Un relato insulso de estructura simple –ya saben: justiciero de procedencia injustificada en lucha con una banda de forajidos de la peor calaña--. A ello contribuyó también la falta de personalidad de un dibujo incapaz de diferenciar los rasgos de los personajes, salvo los relativos al sexo. Era el primer encuentro con la viñeta de un tierno Julio Bosh, autor que más tarde sería habitual en editoriales como Ricart o Ferma con series como Ases del Deporte, Winchester Jim, Aventuras Submarinas, etc.
La colección fue fruto de la frenética colaboración establecida entre Federico Amorós y Editorial Grafidea, después del éxito alcanzado con El Jinete Fantasma, personaje éste último que había sido rechazado previamente por Editorial Valenciana argumentando que ya tenía suficiente con un enmascarado --refiriéndose a El Guerrero del Antifaz--, para desencanto del también valenciano Amorós, quien tuvo que poner sus miras en Barcelona. Pero esa es otra historia.

Prueba ozálica del cuaderno núm. 1 


El éxito del Jinete Fantasma facilitó las cosas al joven guionista, que desde ese momento paseó su firma por la mayor parte de las colecciones de Grafidea que vinieron a continuación: La Mano que aprieta (1948), La Máscara de los Dientes Blancos (1948), El Capitán Sol (1948), Mascarita (1949)… y la presente, El Hombre de América, título sin duda llamativo por todo lo que representaba el made in usa en nuestro país. Y también obvio, incluso ridículo, teniendo en cuenta el escenario de la acción, que era el Oeste americano. ¿De donde si no eran todas las gentes del entorno en el que se movía el personaje? Quizá la sombra de El Capitán América sobrevolaba ya por el tebeo autóctono. Curioso también el nombre de algunas de las féminas secundarias: Gilda y Rio Rita. Influencias del cine, sin duda.  
La serie, presentada en un formato poco habitual (12 x 17 cm., anteriormente extendido por Hispano Americana), tuvo un recorrido de dieciséis cuadernos a razón de 18 páginas cada uno de ellos. 

Cuaderno núm. 15

 Primera página de la colección, en la que se observa
la candidez del trazo de un primerizo Julio Bosh