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viernes, 1 de febrero de 2013

EL CAPITÁN TRUENO (Bruguera, 1956)











AMBRÓS, EL ESTALLIDO DEL TRUENO
Por una sola vez voy saltarme la barrera de 1952, fecha tope que fija este blog en su análisis de las cabeceras aparecidas en una etapa muy concreta del tebeo autóctono. Y lo hago porque llevo tiempo queriendo expresar lo que representó para mi --y sigue representando-- la creación de Ambrós y Víctor Mora.  
No pretendo con ello aportar nuevos o diferentes datos de los ya aportados por quienes de verdad han profundizado en estos casi sesenta años de truenofilia, sino dar fe aquí de lo que siento y pienso acerca del personaje y del ruido mediático, veces incuso estridente, que genera en estos últimos tiempos. Claro que cincuenta y siete años de existencia dan para mucho.
En los últimos años han sido multitud las referencias o loas al personaje: manifestaciones en forma de exposiciones, libros, análisis de obra, artículos, asociaciones –yo mismo pertenezco a una de ellas y espero que no me echen después de que vean la luz estas líneas--, entrevistas, homenajes a sus primeros autores, a los segundos, terceros..., incluso una película que maldita la gracia. Y la cosa va en aumento. En mi opinión con más luces que sombras. Un vocerío que si no fuese porque recae sobre tan admirado héroe, perecería consecuencia de cierta locura colectiva.
Que nadie piense que trato de minimizar la importancia de la obra, ni mucho menos, pero albergo infinitas dudas sobre la lógica de tamaña fiebre coral asociada a la andadura general del personaje. Ediciones, muchas de ellas, consecuencia de refritos, montajes esperpénticos y desfoques, por qué no decirlo, de algunos dibujantes que nunca debieron llegar a tocar un solo pelo de aquel Trueno; el mío, el de Ambrós, el de la Colección Dan con la figura aguerrida del Capitán descansado sobre la franja izquierda de la portada. Con esa sonrisa y porte, con ese fondo sangre cubriéndole las espaldas como reguero de gestas pasadas. Lo demás, salvo excepciones, es engañarse, dicho con todo el respeto y reserva de quien vierte una opinión subjetiva. Alguien que no ha podido escapar al hechizo del aquel trazo preciso, dinámico, bello y majestuoso de Ambrós; aquel dibujo que parecía invitar a la épica con un lenguaje visual que convertía lo tremebundo en divertido: no había más que mirar las caras del trío protagonista para intuir que aquello era puro compadreo.
Mi condición aldeana me impidió conocer la serie en el momento de su alumbramiento. Mi pueblo era un lugar de no muchos habitantes en el que no existía ni un maldito quiosco o librería. Era el menor de cinco hermanos y en mi despertar a las viñetas me topé con una considerable herencia acumulada años atrás de cuando mi familia consumía colecciones como Zarpa de León, Suchai, Roberto Alcázar y Pedrín, etc. Así que llegué tarde al Capitán Trueno, lo mismo que a otras colecciones que luego tanto me impactaron, como fue el caso de El Cachorro.
El primer cuaderno del Trueno de Ambrós que cayó en mis manos, fruto de una compra masiva de diferentes ejemplares de otras tantas colecciones –un apasionante y tormentoso pasaje de mi vida que ya he contado en el libro La Magia Maga--, fue el núm. 55, titulado El Valle de los Monstruos. Como digo, no fue una portada elegida por razones impulsivas o impactantes; solo fue un cuaderno más de los muchos que compré con las 25 Pts. que había conseguido sacar de las arcas familiares de forma poco ejemplar.

En aquella portada había algo diferente de las otras portadas de mi compra; unos personajes que parecían pasarlo de rechupete hasta en la adversidad, incluso si ésta se desarrollaba en un valle plagado de monstruos, según reconocía el mismísimo título. La figura del protagonista despachando a un esquimal de un certero golpe a dos manos sin perder la sonrisa me dejó perplejo, acostumbrado como estaba a la inexpresividad de los héroes del tebeo que yo conocía –salvo Pedrín, que hay que reconocer que disfrutaba de lo lindo con los mamporros que largaba Roberto--. A la izquierda de la portada, en un segundo plano, se veía a un gigantón con vestimenta a rayas sujetando, como si fueran títeres, a otros dos esquimales con cara de no estar de fiesta precisamente. Y coronando la escena, subido a hombros del grandullón, aparecía un mozalbete alborozado estaca en mano.
Pero lo que más llamó mi atención fue el aura de perfección sensorial del conjunto de la portada, la armonía del dibujo, su exquisitez compositiva, lo descriptivo que resultaba todo aquello, con ese golpe acompañado de un swing visual y la cara de dolor de quien lo recibía; con ese escorzo dinámico del protagonista en acción. Aquel Capitán Trueno olía a limpio, a buena gente, con la elegancia del Caballero medieval de buena cuna, con esa media melena en oscilación. Pura esencia estética.
Leí el cuaderno y descubrí al zampabollos de Goliat y su parche en el ojo, que me recordó a los piratas que había visto recientemente en el cine Y al escudero Crispín, con su lucidez y desenvoltura. Y supe que los tres protagonistas –no aparecía aquí la bella Sigrid— se encontraban en el mar del norte. Habían sido arrastrados por una enorme ola producida por un maremoto. Entonces quise saber lo que era eso del maremoto. Y porqué era capaz de fabricar olas gigantes. Pero sobretodo quise indagar en las aventuras que los protagonistas habían dejado atrás, aunque fui consciente de la difícil tarea que tenía por delante, especialmente en lo económico.

Vivía ya en la ciudad y pronto descubrí unos comercios de compra-venta-cambio de tebeos, en los que se podía leer los cuadernos atrasados de las colecciones más importantes al módico precio de 10 cts. unidad. Ahí, en esos locales, empezó mi embeleso por Trueno y sus amigos. Y mi admiración por la firma que figuraba en las portadas: Ambrós, Ambrós, Ambrós,… Hasta el punto que había veces que pasaba más tiempo observado las cubiertas que leyendo el interior de los tebeos. Como olvidar aquel huracán colgado de una lámpara cayendo sobre sus enemigos de El Cautivo de la Fortaleza (Nº. 2); la disputa contra el barbudo vikingo Ragnar, con Sigrid y aquel encapuchado observado desde la distancia, de ¡Al Abordaje! Nº. 3); la lucha contra los leones sobre la arena de los Kadori de ¡La Terrible Simla! Nº. 6). Y otras muchas e incontables imágenes que hoy, si tuviera el don, sería capaz de dibujar de memoria: La Carga de los Elefantes (Nº. 7), ¡Cuatro contra Todos! (Nº. 9), Legión de Fantasmas (Nº. 10)…, portadas todas ellas grabadas a fuego en la retina del alma. Imágenes que me han acompañado durante cada uno de los años transcurridos desde entonces.

La colección siguió su curso y yo lo seguí sin apartarme de ella durante largo tiempo. Hasta que un día, cuando la pasión por los tebeos dio paso el cine, la música y las chicas, descubrí sobresaltado en un quiosco una portada con un Trueno que no era mi Trueno; una cara que no era la suya, un rictus, agrio y anguloso, que no era propio del Capitán sonriente que vivía en mí. Desde ese momento volví la mirada hacia Ambrós con mayor veneración que nunca. El Capitán Trueno había muerto. Me quedaba la herencia de Ambrós.

Lo que vino a continuación dejó de interesarme, quizás porque los tebeos en general perdieron presencia en mi espíritu de niño soñador, hasta que ya de mayor sentí de nuevo la necesidad de recuperarlos. Y lo que ahora sé, lo que veo, es una fiesta constante sobre el personaje perdida entre ruidosas bambalinas, como si todas las etapas y creadores de Trueno tuvieran la misma importancia. Algo que me niego a reconocer, por mucho que hayan existido, o existan, dignísimos narradores, incluso algún que otro maestro. Pero mi Capitán Trueno será de por vida el que nació del pincel –o del lápiz-- de Miguel Ambrosio Zaragoza, un tipo humilde y honesto que merece toda la admiración, un fuera aparte, como dirían algunos; incluso de aquellos que llegaron al personaje cuando él ya no estaba.
Mi respeto para la mayoría de dibujantes posteriores, aunque en mi opinión ninguno lograra alcanzar la mágica grafía del trazo de Ambrós. Y un ruego: sería aconsejable evitar en el futuro tratamientos como el de la exposición celebrada hace algo más de un año en Vitoria, en la que Ambrós fue minimizado hasta el punto de ser señalado como un dibujante más entre la docena de autores que allí figuraban relacionados. Ni siquiera tuvieron la delicadeza de situarlo encabezando la lista, aunque sólo fuese por el privilegio alfabético del que gozaba su nombre.
Autor y personaje formaron una sociedad imborrable, imposible de equiparar, porque en realidad Ambrós constituyo el verdadero estallido del Trueno, con permiso de Victor Mora, claro.

sábado, 26 de enero de 2013

EL PIRATA COBRA BLANCA (Cies, 1948)







Editorial: Cies
Año: 1948
Ejemplares:  12
Dibujos:  Beyloc, Pedro Alférez
Guión:  Canellas Casals
Tamaño:  17 x 24 cm.
Páginas:  16 y 10 + cubiertas
Precio:  1,25 pts





Hacia finales de los años cuarenta el sector del tebeo andaba con paso firme y decidido hacia su plena madurez, con dos locomotoras principales, Barcelona y Valencia, que dinamizaban el mercado de manera formidable. Madrid también había aportado lo suyo, aunque por ese tiempo los mayores centros de producción eran las dos mencionadas ciudades de la zona mediterránea.  

Y lo mismo sucedía con la novela popular, cuyo fervor seguía en aumento desde varias décadas atrás. Aquí también eran las editoras barcelonesas quienes aportaban mayor producción, con Molino y Cliper como principales referentes.
Sería en este último apartado donde esa hegemonía de las grandes capitales se vería ligeramente alterada. Una excepción a la regla, deliciosa y descentralizadora, de gran calado, que situó a la ciudad de Vigo con fuerza en el panorama editor. Cies fue fundada en 1941 por el librero Eugenio Barrientos, hombre de gran visión comercial que utilizó anuncios en prensa para reclutar a muchos de los escritores de sus novelas, entre ellos a Corín Tellado.
Esto sucedía hacia 1942, o puede que fuese un año antes. No es fácil delimitar los primeros ejemplares de novelas y cuentos populares publicados por Cies. Pero sí que esos dos productos constituyeron sus primeras aportaciones al mercado del ocio y el entretenimiento. Impecables en su presentación. Porque, como decíamos, la editora no improvisó su puesta en escena como podía presuponerse de su ubicación provinciana –dicho esto sin ánimo peyorativo--, sino que se las arregló para contratar a los mejores novelistas e ilustradores del momento. Entre estos últimos se encontraban nombres como Tomás Porto, Lozano Olivares, Moreno, etc. Y entre los primeros, Fidel Prado y un primerizo Marcial Lafuente Estefanía, entre otros.
Las ediciones de cuentos y novelas –estas últimas, en su mayoría, dentro del género western— tuvieron una excelente acogida, lo que animó a la editorial a probar con el tebeo. Así, dos años después del inicio de sus actividades, hacia 1948, apareció la primera cabecera, que fue titulada El Pirata Cobra Blanca. Cies tampoco aquí titubeó a la hora de decidir paternidades, recayendo guión y dibujos en el dúo formado Canellas Casals y Ricardo Beyloc. A esas alturas Canellas Casasl representaba la esencia del  tebeo autóctono, su estandarte más representativo durante los dos últimas décadas, al menos en el apartado de la ciencia ficción. En cuanto a Beyloc, su momento de forma era más que evidente, como había demostrado en Grafidea con Cuadernos infantiles populares, Tom Clark, Casiano Barullo, etc. No era precisamente Freixas, pero su trazo se mostraba estilizado y con cierta elegancia formal.
El primer ejemplar fue titulado Las víboras humanas del castillo de Alamut, título tan poco convencional como incitador. El texto de la primera viñeta decía así: “Por aquellos días eran muchos los piratas y corsarios que parecían reyes invencibles del mar. Pero ninguno como Cobra Blanca. Se le llamaba a sí por su traje impecablemente blanco y porque sus armas tenían una mordedura venenosa que mataban iguala que las mas temibles culebras de la selva”
Era el tercer pirata en protagonizar una cabecera, después de un intento fallido de Toray con El Pirata Moderno (1946) y otro no menos fallido, al menos en estética, de Bruguera con El Pirata Negro (1947). El Pirata Cobra Blanca de Beyloc –también de Pedro Alférez en algunos ejemplares— era otro pirata, más esbelto y sofisticado, más cinematográfico. Una especie de Errol Flynn o Douglas Fairbanks jr. con bigotito y todo. Excelentes y elaboradas portadas, de lo mejorcito del momento. Con todo, la colección tuvo que plegar velas en el cuaderno núm. 12.
Pero Cies seguiría con su empeño de abrirse camino en el campo de la viñeta. Para ello no dudó en contactar con Borné, que por ese tiempo disfrutaba del éxito en Bruguera con su Hombre de la Estrella. Pero esa es otra historia de la que ya hablaremos en su momento. 


 Cuaderno núm. 1
Ilustración de Beyloc


Interior del cuaderno núm. 8
Dibujos de Pedro Alférez

viernes, 18 de enero de 2013

EL INSPECTOR DAN (Bruguera, 1951)



Editorial: Bruguera
Año: 1951
Ejemplares:  71
Dibujos:  Giner, Alférez, Macabich, Hidalgo, Oliver, Vivas
Guión:  R. González, F. González Ledesma, V. Mora
Tamaño:  17 x 24 cm.
Páginas:  10 + cubiertas
Precio:  1,25 pts


Francisco Giner fue sin duda una de las piezas clave en el nuevo amanecer de la revista Pulgarcito a principios de 1947La recompuesta revista se presentó en el mercado bajo la dirección artística y literaria Rafael González, uno de los personajes más influyentes en la eclosión definitiva de Bruguera y en la modernización de la historieta española. El hombre que logró aglutinar a un grupo de creadores y personajes irrepetibles.

Según el historiador y catalogador José María Delhom –con quien he cambiado impresiones recientemente sobre el personaje--, el primer cuaderno de lo que se ha dado en llamar Pulgarcito 5ª época hizo su aparición hacia el 10 enero de 1947. La convicción de Delhom no solo se sustenta en un análisis exhaustivo de cuadernos y fechas, sino que está avalada, según afirma, por el propio Rafael González en una entrevista que ambos mantuvieron.
Ese primer cuaderno de Pulgarcito insertaba la primera entrega del Inspector Dan y la patrulla volante, como fue designado el serial en un principio –más tarde el término patrulla fue cambiado por el de brigada--, en una aventura titulada El Monstruo de las tinieblas. Con Eugeni Giner y el propio Rafael González compartiendo autoría, dibujo y guión, respectivamente.
Al contrario de lo que sucedía con la mayor parte de los protagonistas del tebeo, el personaje apareció en escena sin mayor presentación de credenciales, sin una causa que justificara su vocación policial o justiciera. Era simplemente un Inspector de policía, ya curtido en mil batallas, que de pronto irrumpía en la viñeta con un nuevo caso que resolver: el de un monstruo asesino que acaba de dar muerte a su quinta víctima en una callejuela del Soho londinense. Dan ingenia un plan para atraparle que necesita de la ayuda de una mujer, momento en el que entra en acción la elegante y valerosa Stella Dee, miembro de la sección femenina de Scotland Yard y a la que el futuro le iba deparar un emparejamiento amoroso con el protagonista –menudo juego proporcionó a la serie la tal Stella--. El plan dará resultado y el terrorífico personaje, en su lucha cuerpo a cuerpo con Dan, acaba desapareciendo bajo las aguas del Támesis. ¿Un prematuro desenlace? Parecía que sí, pero era que no. Ya se encargaba el texto del epílogo de sembrar la duda entre los lectores. Una práctica habitual en la mayoría de entregas que vinieron a continuación. Finales inciertos y angustioso, incitando al consumo de nuevos capítulos.
Dan no fue un policía más de los muchos que habitaban o habían habitado el tebeo español. Era de carne y hueso, un héroe humanizado en extremo como antes ningún otro. Y además sus hazañas discurrían en Londres, con todo ese sabor gótico que la ciudad desprendía por ese entonces. Con sus brumas y callejones; con espectros fantasmales y sanguinarios destripadores; con su atmósfera lóbrega y asfixiante.
Página inicial de El Inspector Dan
aparecida en el núm. 1 de Pulgarcito (1947)


Todo ese ambiente de espacio y personajes tuvo la suerte de caer en las manos de Eugeni Giner, quien imprimió al dibujo una personalidad tan exquisita como inquietante; un estilo que recordaba al mejor cine negro, aderezado aquí con un plus de terror. Un trazo de gran expresividad, con el espanto acechando en cada viñeta, constante. Una puesta en escena inquietante y aterradora, narrada con mano maestra en cuanto a ritmo y encuadres. Con esa mueca tan característica de los personajes, como si estos estuvieran siempre con el susto en el cuerpo y al borde del infarto.  
En esta inicial aparición en el núm. 1 de Pulgarcito, El Inspector Dan contó con la  compañía de Don Sandalio (Nadal), El Reporter Tribulete (Cifre), La Familia Pepe (Iranzo), Don Furcio Buscabollos (Cifré) y Silver Roy (Bosch Penalva) y otras variopintas secciones. Y durante varios centenares de números su presencia en la revista fue inamovible, dando la bienvenida a toda la maravillosa caterva de personajes que fueron incorporándose a las páginas del semanario más audaz e irreverente de la historieta española.
Giner firmaba y fechaba su primera plancha en septiembre de 1946. Pero dejemos ahí este asunto de la fecha de Pulgarcito 5ª época que ya tendremos ocasión de tratarlo cuando corresponda.
El éxito del personaje se extendió también a las páginas de otra deliciosa revista de la casa: El Campeón (1948), que no tuvo tanta suerte comercial como su contenido merecía. Así que Dan y sus lectores tuvieron que conformarse de nuevo con las páginas de Pulgarcito. Pero por poco tiempo. El personaje podía ofrecer mayor rédito editorial, mayor recorrido comercial. Y Bruguera no tardó en idear una extensión de sus aventuras al cuadernillo, que llegaría en 1951. Pero antes la editorial tuvo que convencer a Giner de ello, ya que éste no estaba por la labor de abordar todo el trabajo que se le venía encima.


Dibujo original inédito de Eugenio Giner
para la portada del cuaderno núm. 36

Finalmente aceptó hacerse cargo de todas las portadas, aunque muy al final incumpliera su promesa, dejando de dibujar las tres últimas (cuadernos núm. 70, 71 y 72), que recayeron sobre julio Vivas, un autor versado en el género policial como había demostrado en Alan Duff (Marco, 1952). Por el camino también se ausentó en otros dos cuadernos, los números 39 y 48, que correspondieron a Macabich. 
Giner también dibujaría el interior del primer cuaderno, no era cosa de defraudar a los seguidores de uno y otro (autor y personaje) desde el primer momento. Su firma estuvo asimismo presente en algunos interiores de la primera mitad de la colección, pero esporádicamente, a modo de salpicaduras. El resto de cuadernos corrió a cargo de dibujantes como Pedro Alférez, Macabich, Hidalgo, Oliver y Julio Vivas. Especialmente brillante el trabajo de Alférez, manteniendo la personalidad labrada por Giner.
La colección tuvo un recorrido de 72 cuadernos, aunque en realidad sólo fueron publicados 71: el número 40 no llegó a salir. En la parcela del guión se alternaron Rafael Gonzalez, Francisco Gonzalez Ledesma y Víctor Mora, gente de campeonato para un personaje que merecía todos los mimos. 
Viendo algunos títulos, uno no sabe si los posibles consumidores acudían de inmediato al quiosco o salía corriendo presos del espanto. Vean: Muñecos sangrientos, La visita del espectro, La venganza del muerto, La casona del terror, El club de los muertos, El resucitado, etc. 

Portada del cuaderno núm. 25


Página interior del cuadernillo núm. 13
Dibujos de Giner


sábado, 12 de enero de 2013

HAZAÑAS BÉLICAS 2ª Serie (Toray, 1950)











Editorial: Toray
Año: 1950
Ejemplares:  321 + 16 Extras
Dibujos:  Boixcar
Guión:  Boixcar
Tamaño:  17 x 24 cm.
Páginas:  16 y 14 + cubiertas
Precio:  1,50, 1,60, 1,75 y 2 pts.


Hazañas Bélicas, 2ª serie está hoy considerada como el gran referente del tebeo de guerra en España, la colección que puso de actualidad el género bélico en la historieta autóctona. Muchas fueron las editoriales y cabeceras que intentaron seguir su senda; algunas con mejor fortuna que otras, pero ninguna lograría hacerle sombra. Lo intentó con cierto éxito Editorial Valenciana, a través de la colección Comandos (1954). También probaron suerte editoriales como Símbolo con Héroes Bélicos (1955), Marco con Post-Guerra (1951), Ricart con Episodios de Corea (1952), Grafidea con El Sargento Macai (1952), Ferma con Hazañas Guerreras, De Haro con Hazañas de Guerra… Incluso Maga, con Espía y El Defensor (ambas en 1962), entre otras. Pero desafortunadamente para el sector Boixcar no había más que uno. Y ese estaba en la presente colección de Toray.
La cabecera había tenido una primera serie de 29 cuadernos editada un par de años atrás, en 1948. Una colección deliciosa e impactante desde su primer número; todo un acontecimiento sectorial por obra y gracia igualmente de Boixcar, cuya sobriedad y limpieza de trazo, así como el componente social y humano de sus guiones, suponía una progreso sectorial más que considerable. Un antes y un después en la evolución del cuadernillo aventurero. Y la creación de un nuevo género.
Pero si la primera serie había resultado una joyita, la segunda se mostraría desde el primer instante como un diamante que iría ganado en quilates conforme avanzaba su andadura. Un desarrollo que alcanzaría hasta 321 ejemplares –muchos de ellos de carácter extraordinario--, convirtiéndola en la joya de la corona de Toray.
La colección inició su andadura con un trío protagonista de nacionalidad alemana, no sabemos si en un guiño al régimen franquista. No era una historia de buenos y malos, sino la disputa entre dos hermanos –de un lado sucia y egoísta--, por conseguir el amor de una mujer. La guerra impondría un desenlace inesperado al triángulo amoroso.  

Viñeta interior

Número a número, Boixcar fue afianzando su seguridad en la serie, en la temática. Consolidando su fe y su saber. Con un despliegue de conocimiento bélico inusual, que abarcaba todo el catálogo armamentístico de artefactos y modelos. Todo un estratega en asuntos de guerra. En la retina de miles de lectores han quedado sus despliegues gráficos –a veces a toda página-- del campo de batalla. Un realismo apasionado que lograba transmitir el drama y la angustia como si de una fotografía se tratara. 

Cuaderno núm. 6


Argumentalmente, la colección siguió los pasos de la primera, con guiones de gran asepsia ideológica. Con historias protagonizadas por ciudadanos alemanes, americanos, rusos…, sin mayor inquina nacionalista. Pero, como en todas las historias del tebeo de acción, aquí también era necesario mostrar el contrapunto de estos héroes anónimos, los antagonistas. Y ahí, los rusos y, en especial, los japoneses, se llevaron la peor parte. Así fueron definidos los nipones por uno de los protagonistas de los primeros cuadernos al dirigirse a un misionero en la selva de Borneo: “Los japoneses no atienden a bondades. Son crueles y sanguinarios. Y para que su maldad no subsista hay que exterminarlos hasta el último, como se hace con la mala hierba en los sembrados”. Un discurso xenófobo, incitador de crímenes étnicos, pero que tenía en el misionero una respuesta inmediata y antagónica, ejemplarizante; algo esto último muy habitual en los guiones de Boixcar: “No hijo, los hombres no pueden compararse a la hierba, pues aquellos tienen corazón y en todos ellos puede penetrar la semilla del bien. No está la solución en destruirlos, sino en educarlos haciendo que la palabra de Dios ilumine sus almas y los aparte del mal”  
En cualquier caso, los japoneses nunca más serían vistos como seres normales después del paso de esta colección por los quioscos.
Tuvo una larga andadura, que fue más allá de los 321 ejemplares adscritos a esta serie. Tomos azules, rojos, novelas gráficas, etc. Sin duda uno de los tres o cuatro grandes referentes del tebeo español. 
Cuaderno núm. 1
 Página interior del cuaderno núm. 1

Para aquellos lectores que puedan estar interesados en recuperar la obra de Boixcar: 
http://www.planetadeagostini.es/cultural/hazanas-belicas-coleccion-2239040



sábado, 5 de enero de 2013

LOS GRANDES VIAJES CIENTÍFICOS (Marisal, 1942)







Editorial: Marisal
Año: 1942
Ejemplares:  4?
Dibujos:  López Rubio, A. Leal...
Guión:  Fidel Prado, Mayne Reid...
Tamaño:  24 x 17 cm.
Páginas:  12 o 16 + cubiertas
Precio:  60 cts.

Cuaderno núm. 3


En alguna entrada anterior hemos comentado la precocidad de Marisal en su apuesta por el cuadernillo. Este sello madrileño inauguró su actividad hacia 1940, predominando en su inicio la novela popular en sus múltiples y recurridas variantes: policial, misterio, fantasía, drama, etc. Novelas, muchas de ellas, que tenían como portadista al posteriormente famoso ilustrador y viñetista Adolfo López Rubio, conductor años más tarde de un renombrado estudio donde se dieron cita multitud de nombres que luego serían famosos en el ámbito del tebeo.
Los Grandes Viajes Científicos (1942) formó parte de una ambiciosa doble apuesta de Marisal por el cuaderno de gráfica realista –es un decir--, después de un intento fallido uno o dos años antes con la serie de humor Aventuras Extraordinarias de Pirulo y Mantecón y el Detective Jack-Moón. Una apuesta dual, como decimos, por cabeceras de entraña aventurera: la ya comentada en una entrada anterior Las Grandes Aventuras (1942) y la presente, que proponía un plus con la promesa de la ciencia. La editorial la anunció así: Esta maravillosa colección de aventuras extraordinarias será la más amena, más instructiva y más emocionante de las de este género. Inspirándose en las grandes obras maestras, recogiendo las atrevidas teorías de los más exaltados inventores, cuya realidad ha cristalizado en hechos positivos, hemos podido plasmar gráfica y literariamente episodios llenos de emoción y enseñanza.
Emoción y enseñanza, puede. Pero lo que dice ciencia, hubo poca. Los guiones provenían de novelas de cierta boga, adaptadas para el tebeo por, entre otros, un joven Fidel Prado, quien más tarde devendría en prolífico autor de la novelística popular española. Los títulos planteaban pocas dudas sobre el carácter aventurero o viajero de la serie. Vean si no: Viaje al Polo Norte, En Busca de las fuentes del Nilo, Los náufragos de la Floresta, En las entrañas de la tierra, etc. Expediciones exploratorias cuya acometida no precisaba tanto de la ciencia como del arrojo y la valentía de los hombres que las encabezaban. Aunque para un niño de los años cuarenta ese tipo de empresas era como viajar a la luna.     
Al igual que su compañera de quiosco, la colección adoleció interiormente del sentido evolutivo que el sector empezaba a mostrar, asemejándose más a las insulsas páginas de los semanario de anteguerra que al tebeo moderno. Con una puesta en viñetas poco resuelta, sin bocadillos y con bloques de texto que competían en protagonismo con el dibujo, consecuencia lógica de una apuesta por relatos de cierta enjundia narrativa. La parte positiva radicó en las portadas, deliciosas en su mayoría.
Ambas colecciones contaron con los mismos mimbres, tanto en la parcela del guión como del dibujo, con alguna excepción. Aunque en esta ocasión fueron menos las firmas participantes debido al escaso recorrido comercial de la serie, que en mi opinión no pasó de cuatro entregas. Se anunciaron dos títulos más, pero me temo que nunca llegaron a ver la luz.
En lo personal reconocer que la colección posee un ingrediente muy agradable, como es la participación gráfica en alguno de los cuadernos de López Réiz. Autor de clara vocación cinematográfica que se había formado junto a Enrique Herreros en el departamento de publicidad de la productora y distribuidora cinematográfica Filmófono entre finales de los años treinta y principios de los cuarenta. Dejó una importante obra cartelística, principalmente en producciones Paramount. A la derecha pueden ver uno de sus trabajos para esta productora correspondiente a la película El Cuervo (This gun for hire. USA, 1942)


Cuaderno núm. 2
Portada e interior de López Réiz




viernes, 28 de diciembre de 2012

SATÁN (Éxito, 1947)




Editorial: Éxito
Año: 1947
Ejemplares:  2
Dibujos:  Julio Ribera
Guión:  Feralgo
Tamaño:  15 x 21 cm.
Páginas:  8 + 2 + cubiertas
Precio:  60 cts.

Cuaderno núm. 2

Cabecera perteneciente a Ediciones Éxito, sello impulsado por el dibujante Pedro Alférez en 1946 que no hizo mucho honor a su nombre, pues apenas pudo mantener el tipo un solo año. De las cinco las series abordadas por esta editorial, Satán fue la única en la que no intervino la mano de Alférez, al menos en el apartado gráfico.
Satán fue abordada gráficamente por un jovencísimo Julio Ribera, en su primer asomo profesional al sector. Un proyecto enloquecido desde el mismo instante de su presentación, recurriendo la editorial a la falsa autoría. Así, guión y dibujo fueron atribuidos a Nik Moore y Kart Spencer, nombres de mayor exotismo que los de Feralgo (Fernando Alférez, hermano de Pedro y cofundador de la editorial) y Julio Ribera, que fueron los verdaderos autores.
Por ese tiempo la novela recurría con frecuencia al seudónimo para atribuir paternidades. La fonética inglesa vendía más que la nacional, de manera que fue una artimaña muy habitual durante varias décadas. No era lo mismo firmar Miguel Oliveros que Keith Luger; o Francisco González que Silver Kane. Pero no sucedió así con el tebeo, salvo escasísimos ejemplos como el de la presente colección. Y mucho menos que los apócrifos autores figuraran como presentadores de la cabecera, como pueden observar en la portada del cuaderno núm. 1 aquí reproducido. Incluso desde el dorso del primer cuaderno se insistía en ello: “Si eres aficionado al dibujo, sigue las aventuras de Satán. Además del enorme interés que han puesto en ellas NICK MOORE y KARL SPENCER, tendrás probabilidad de ver tus originales publicados” 
Lo curioso e inexplicable fue el cambio de autor gráfico que se produjo entre el primer y segundo cuaderno. Julio Ribera paso de ocultarse bajo el nombre de Karl Spencer al de Jules Mc Side, sin que nada justificara tal acción. Quizás no quedó contento con el primer seudónimo y decidió pasar al segundo, un poquito más sugerente.
El desvarío guionístico también fue más que evidente, condicionado quizás por el planteamiento promocional al que fue sometida la trama. “Satán; nadie lo conoce. Y tú, lector, ¿sabes quien puede ser Satán? De todos los personajes que intervienen en este cuaderno, uno de ellos es Satán. Si has averiguado ya, después de la lectura de este cuaderno, quien puede ser Satán de los personajes que intervienen, llena cuidadosamente el boletín que aparece en esta página y remítelo a nuestra redacción”.
En todo caso, no creo que fuesen muchos los lectores acertantes de los interrogantes de una trama que empezaba con la fuga de un preso haciéndose pasar por el cadáver de su compañero de celda. Que seguía con un malvado profesor tratando de apoderarse de una mansión propiedad de una señorita que al parecer encerraba un tesoro. Y que continuaba con la contratación de un jardinero por parte de esta ultima que resultará ser un repartidor de mamporros de lo más salvaje en defensa de los intereses de su patrona. No, no era fácil adivinar cuestiones como las planteadas en el cupón respuesta: ¿Quién es Satán? ¿Causas por las que crees que es Satán?... y alguna otra aún más compleja para lectores de corta edad.
Los dos cuadernos constituyen hoy una muestra de gran valor documental, un referente imprescindible para la catalogación de obra de uno de los grandes creadores del tebeo español y la bande dessinée francesa, país este último al Julio Ribera entregó sus mejores años. 
Además de las ocho páginas de cada cuaderno, Ribera también fue el responsable –aquí si firmó con su nombre real-- de los interiores de portada y contraportada, con varias tiras en clave humorista (primer ejemplar) y una aventura bélica inspirada en el ataque nipón a Pearl Harbor (segundo ejemplar)  
Fueron anunciados dos cuadernos más, titulados Con Satán no se juega y Satán en Chicago, pero no hay constancia de que vieran la luz. 

Cuaderno núm. 1


 Página interior cuaderno núm. 1