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sábado, 24 de diciembre de 2011

PRIMERAS SERIES Y CUADERNOS


Editorial Grafidea
Parece claro que fue Editorial Española --una empresa editora recién constituida en San Sebastián--, la primera en abrir la veda del cuaderno cuando aún no había concluido el año 1939. Hasta catorce ejemplares fueron publicados –la mayoría de ellos monográficos--, que alternaron el dibujo realista en clave de ciencia ficción con el humorístico, aunque es más que probable la aparición de otros cuadernos bajo este sello en ese primer envite. Un año más tarde, esta editorial se instala definitivamente en Barcelona con el nombre de Grafidea. En el ínterin aún tuvo tiempo de utilizar otro nombre, el de Publicaciones Cinema. De hecho, sus dos primeras colecciones con personaje fijo de cierto recorrido, Jim Pat y Bravo Español (1940), se inician con este último nombre para inmediatamente después continuar bajo el amparo de Grafidea.

Mostacilla y Pimentón y Polito y Paco el Minero,
dos de los primitivos cuadernos publicados por Editorial Española en 1939


Española –bonito nombre debieron pensar los veladores del Régimen--, nació en San Sebastián como podía haberlo hecho en cualquier otra ciudad española. Allí se daban circunstancias muy favorables para los intereses de la editora: era zona nacional y ahí se encontraba uno de los escasos talleres gráficos fuera de toda sospecha: Talleres Offset Nerecán, donde se imprimían los semanarios Chichos y Flechas y Pelayos, entre otras cabeceras también amigas del régimen. Por eso los impulsores de Española –según expresa Pedro Porcel en su excelente ensayo Tragados por el abismo: Mosén Rosell, el impresor barcelonés Mariano Blasi y un tal Aguilar--, tomaron la decisión de ubicarla allí y así evitar la denegación de permisos o censuras iditas.
En cualquier caso, este blog no pretende desbrozar al milímetro el calendario de ediciones en los primeros meses del cuadernillo, sino dar fe y catalogar el mayor número de cabeceras aparecidas bajo el corsé de la ridícula ley de prensa infantil y juvenil promulgada al final de la guerra civil y cuya vigencia, con pequeñas alteraciones, se mantuvo hasta el año 1951. También a dar testimonio personal, nunca dogmático, acerca de las editoriales y cuadernillos primigenios en esos primeros días de posguerra.
En rigor, habría que diferenciar entre cuaderno monográfico –aunque éste se encuentre englobado en una determinada serie— y personaje seriado, lo que se conoce popularmente como colección. Los primeros correspondieron a Española, como ya hemos comentado anteriormente. Sin embargo, en la segunda variable la cosa no está tan clara, como evidencian las diferentes opiniones de la mayor parte de los teóricos del medio, aunque en mi opinión esa primigenia aparición recayó en los dos personajes anteriormente comentados, Jim Pat y Bravo Español, --cuya aparición se produjo al unísono--, si dejamos de lado a los dos personajes aparecidos dentro de la preliminar serie de Española editada en San Sebastián, ambos de corte humorístico: Aventuras de Pedrin Machuca y Polito y Paco el minero, con cuadernos cada uno de ellos.

Cuatro de los más afamados caballistas de Hollywood entre 1920 y 1940

Jim Pat y Bravo Español fueron creados literariamente por el hombre de moda en esos años en el ámbito del folletín y del tebeo español: Canellas Casals. El primero respondía al arquetipo del aclamado héroe de la pradera, o del far west (como prefieran), el popularísimo cowboy, presente desde dos décadas atrás en infinidad de novelas y films: Tom Mix, Ken Maynard, Buck Jones, etc. Jim Pat no respondía pues a los cánones de españolización presumibles en una editorial que amanecía en el momento de mayor fervor patrio oficialista; ni en el nombre de personaje, puramente anglosajón, ni tampoco en el escenario. De manera que en su elección sólo parece que primaron aspectos puramente comerciales: los cowboys vendían. Y mucho.

Portada de uno de los cuadernos de Jim Pat, que primero fue editado bajo el sello
de Publicaciones Cinema y poco después de Grafidea, 1939

En cuanto a Bravo Español, la cosa fue muy diferente, como expresa y delata el propio nombre. Personaje curioso donde los haya, es sin duda el héroe más atemporal y cambiante del tebeo autóctono. Unas veces fue presentado como prestigioso científico, otras como aventurero de tiempos remotos, y en otras como un feliz enamorado que pasea junto a su amor por las aguas del Rio Amarillo, en China. Incluso protagonizó cuadernos como afamado caballero de capa y espada.
Bravo Español no fue tanto un protagonista concreto, de rasgos e identidad definida, sino una sucesión de personajes tornadizos que la editorial presentó bajo un mismo nombre; una especie de alias que trataba de exaltar al héroe de turno y dotarlo de valores heroicos y nobles. No es aventurado pensar que la mayoría de los guiones fueron escritos para ser editados como cuadernos monográficos, sin ánimo de aunarlos en una cabecera concreta, pero dados los tiempos de cuchillos largos que corrían la editora debió pesar que no sería mala idea englobarlos bajo una misma bandera --la de la españolidad, claro--, y de paso construir una cabecera tipificada. Aunque en honor a la verdad, el tebeo sólo tenía de patrio las posibles connotaciones que pudieran emanar del nombre, nada más.
Se dio una circunstancia reveladora que pone de manifiesto esta eventualidad nominativa y que tuvo lugar en el tercero de los cuadernos monográficos que publicó la editora: La Epopeya de Sagunto, un titán de 15 años (Publicaciones Cinema). Este ejemplar, que narra la odisea de un joven saguntino durante el ataque a la ciudad perpetrado por las tropas invasoras encabezadas por Aníbal, sería a la postre el inspirador del serial Bravo Español, como prueba el hecho de que la editorial lo incluyera dentro de esta cabecera tiempo después de su aparición, sin que en el relato aparezca tal nombre ni una sola vez. Sin embargo el cuaderno si contenía frecuentes loas a la españolidad y bravura del muchacho en su lucha contra los cartagineses. Sin duda, esta destilación de patriotismo sirvió de inspiración al serial que pronto llegaría, tan sólo un cuaderno después, bajo el título genérico ya comentado de Bravo Español; sin más, al contrario del resto de cuadernos protagonizados por el personaje, que siempre utilizaban un subtítulo de mayor envergadura que el de la supuesta cabecera. Observando la relación de títulos en los dorsos de algunos ejemplares, podemos comprobar cómo en un principio la editorial presenta el cuaderno con carácter monográfico, para, poco tiempo después, señalar su pertenecía a la serie.
Un titán de 15 años, Publicaciones Cinema, 1939.
Cuaderno epopéyico que daría lugar al nacimiento del serial Bravo Español



El carácter patrio de La epopeya de Sagunto --un cuaderno con guión del prolífico Canellas Casals--, la gesta que destilaba, devino sin proponérselo quizás la editorial en un referente ideológico de lo que tenía que llegar; esto es: Bravo Español.
Ya hemos comentado que los orígenes de Grafidea provenían de la zona nacional, cuando la editorial publicaba bajo el sello de Española. No parece descabellado pensar que en esta decisión bautismal hubo un claro objetivo exaltador de los valores patrios en un momento muy delicado de la historia de este país. Y lo mismo sucedió, quizás aumentado, con el nombre de su primer personaje. Hay que reconocer que era difícil encontrar una designación más apropiada para ese año de 1940 que la de Bravo Español. O Español Bravo, que era en realidad el objetivo final del nada subliminal mensaje que encerraba dicho nombre. El Régimen empezaba su andadura denegando permisos a cabeceras fijas o seriadas, por lo que tampoco podían llevar numeración, y el sector le enseñaba su mejor sonrisa. Pero ni por esas.

Portada del núm. 1 de Bravo Español (1939), colección editada en un principio por
Publicaciones Cinema y continuada bajo el sello de Grafidea

Once años en los que el tebeo tuvo que ingeniárselas para situar productos en el mercado que fuesen fácilmente reconocibles. Y eso pasaba por proporcionar un nombre –y en muchos casos apellido— a cada cabecera, de manera que si observan detenidamente comprobarán como el titulo del cuaderno se imponía casi siempre al del personaje protagonista o cabecera. La preposición “con” fue el recurso más utilizado por las editoriales en su objetivo de dotar de identidad a la colección: …con El Guerrero del Antifaz, …con El Diablo de los mares, etc. En otras ocasiones fue utilizada la preposición “por”, al modo en que coloquialmente nos referimos al protagonista de una determinada película. Tampoco faltaron ciertos recursos en forma de sello o anagrama, muchos de ellos encerrando en su interior el busto del héroe de turno.
Esas argucias salvaron al sector de vivir una situación aun más caótica; sin ellas quizás hoy careceríamos del inmenso legado de esa sorprendente y fructífera etapa. Sólo la osadía y persistencia de los editores –y suponemos que también el hambre— hicieron posible el milagro ante la ridícula imposición de tener que pasar por ventanilla cada vez que se pretendían sacar a al mercado un nuevo cuaderno.
Aun así, todo hace suponer que las empresas editoras, ante la imposibilidad de lanzar cabeceras fijas, estuvieron un tiempo –quizás meses-- sin tener muy clara su política de edición. De hecho Jim Pat y Bravo Español aparecería dentro de una colección madre que fue presentada con ausencia de título genérico y bajo el siguiente eslogan: los mejores cuadernos infantiles, las aventuras más emocionantes, los episodios más completos, y cuyos dos primeros cuadernos repartieron protagonismos sin visos de continuidad en ninguno de ellos. Dos títulos, El Rey de la Ciudad Subterránea y El Vampiro Polar, que aún mantenían el carácter de las viñetas de anteguerra, con los textos al pié de cada ilustración. Ambos dibujados con sorprendente maestría por el enorme creador que fue Francisco Darnís.
Primeros cuadernos de Publicaciones Cinema, 1939
Dibujos de Darnís con guiones de Canellas Casals.


En esta tanda de cuadernos iniciales de la editorial, también hubo una tercera cabecera que abanderaba una modalidad tan novedosa como premonitoria, la del trío protagonista: Capitán Vélez, Lizárraga y Tomasín, fue su título. También aquí Grafidea fue pionera abanderando una fórmula que repartía honores entre un terceto protagonista, que tantas alegrías proporcionaría al sector en el futuro –recuerden: Trueno, Goliat y Cripín; Jabato, Taurus y Fideo, etc. La colección sólo alcanzó cuatro cuadernos, que al igual que Bravo Español, se desarrollaron en épocas y escenarios diferentes. Especial mención merece el titulado El Mago de Shangai, con una trama de lo más sorprendente en la que el trío protagonista es reclamado por el Scotland Yard para que resuelvan el misterio de una lluvia de rayos en Shangai que al parecer sólo mata a las personas de raza blanca.
Luego vendría una cuarta cabecera, Thalma Klan, con sólo dos ejemplares y un rosario de deliciosos cuadernos monográficos a los que poco más tarde se sumarían otros de gran formato.
Capitán Vélez, Lizárraga y Tomasín. Grafidea, 1940

Thalma Klan. Grafidea, 1940





OTRAS EDITORIALES PIONERAS
Algunos meses después de que Grafidea (nos referiremos ya a esta editorial con el último de los nombres que utilizó en ese corto espacio de tiempo, y por ser el que perduraría hasta el fin de sus días--, situara en el mercado a los dos primeras series con personaje fijo, iniciaron sus actividades otras editoriales de gran trascendencia en el devenir del medio. Estas fueron: Hispano Americana, Marco y Valenciana, por este orden.
Los inconvenientes que sufría el sector suponían una verdadera cruz para el buen desarrollo de la industria editora. A la dificultad de contratar autores de prestigio, la reinventada industria del tebeo –por llamarla de alguna manera— tenía que salvar una retahíla de trabas e imposiciones casi insalvable: falta de papel, distribución de bajo alcance –hasta el punto que alguna editorial debía de gestionar su propia distribución de forma casera--, trámites y permisos de edición, etc. En cualquier caso el gran freno lo puso la administración, la llamada Delegación para la Prensa y Propaganda, con un raciocinio caprichoso y mandón que impedía una y otra vez el buen desarrollo del sector. Algunos proyectos tardaron meses, incluso años en ver la luz una vez presentada su petición de edición. Esto imposibilitó un desarrollo normal en la estacionalidad o periodicidad de muchas de las series que se iniciaban en ese año de 1940 y siguientes. Por tanto, no es tarea fácil establecer un orden de aparición escrupuloso entre los productos de estas tres editoriales, puesto que como decimos, al menos durante ese primer año de proyección del cuadernillo, el mercado tuvo que digerir un enorme torrente de ediciones. No obstante vamos a tratar de discernir sobre estos primeros y maravillosos cuadernos de 1940 salidos de las tres factorías señaladas.

Hispano Americana de Ediciones, S. L.
Hay quien apunta a esta editorial como abanderada del cuaderno de posguerra. Y todo parece indicar que fue así, no en vano era ya por ese tiempo una editorial con experiencia prebélica incluso en el soporte que aquí nos ocupa --con anterioridad había operado bajo el sello de Casa Vecchi, una empresa editora de ascendencia italiana especializada en novelas y folletines por entregas--.
Fue sin duda la gran valedora del cuaderno de aventuras, no sólo en cantidad sino en calidad de personajes y presentación. Cuadernos en diferentes formatos, medianos, grandes y extras, compusieron un cosmos de míticos personajes de variada procedencia: americana, italiana y española. Cabe destacar la excelencia de las portadas, especialmente las correspondientes a los héroes del cómic USA, que tuvieron que ser dibujadas para la ocasión por autores españoles, al no existir un modelo original –la mayoría de estos personajes provenían de las páginas dominicales de la prensa norteamericana--. El redesembarco en 1940 de Hispano Americana en los quioscos tuvo visos de embestida, de invasión desmedida, dada la gran cantidad de series y monográficos que puso en liza en muy corto espacio de tiempo. Preeminencia que se veía acentuada por el tamaño en gran formato de muchas de sus ediciones, en contraste con el reducido tamaño de los cuadernos de la competencia de ese primer año bautismal del cuadernillo .
Hubo otra circunstancia favorable a los intereses de la editorial, como era el hecho de que sus principales personajes fuesen viejos conocidos de los consumidores habituales de tebeos desde que se dieran a conocer en los semanarios Yumbo, Aventurero y Tim Tyler, años atrás (1934-1936). Incluso la editorial había llegado a editar en 1936, en un ejercicio visionario, cuatro álbumes o cuadernos dedicados a Tim Tyler –luego Jorge y Fernando--, El Agente Secreto X-9, Flash Gordon y Radio Patrulla.

Agente Secreto X-9. Hispano Americana, 1936
Uno de los cuatro cuadernos de la serie Las Grandes Aventuras aparecida
con anterioridad a la Guerra Civil


No es de extrañar, pues, que la salida al mercado de la editorial con sus excelsos cuadernos, supusiera todo un acontecimiento sectorial que hizo palidecer momentáneamente al resto de editoriales. No era ya sólo cuestión de calidad intrínseca, a ello había que unir el aire de familiaridad que proyectaron estos primeros héroes en su nuevo formato.
La avalancha editora fue dividida en tres colecciones genéricas que darían cobijo a multitud de personajes seriados, y también a cuadernos monográficos. La primera utilizó el mismo título con el que se habían dado a conocer los mencionados álbumes de 1936: Las Grandes Aventuras. Y para su estreno, nada mejor –debieron pensar— que un guiño al nuevo régimen haciendo honores al entonces españolísimo Cristóbal Colón. El Mar Tenebroso, fue su título. En lugar de un héroe americano, uno español y todos tan contentos. Claro que una cosa era la política y otra muy distinta la pela, lo comercial, de manera que inmediatamente después fueron llegando El Hombre Enmascarado, El Agente Secreto X-9, Tarzan, Merlín, etc. Héroes USA a los que la editorial salpicó de vez en cuando con otros más cercanos y raciales: Pizarro, Hernán Cortés y Don Quijote. También pertenecen a esta colección los llamados Extras de 2,50 pts., superlativos cuadernos y auténticas perlas de la industria tebeística española.

Las Grandes Aventuras. Hispano Americana, 1940.
Uno de los primeros cuadernos de la serie, en este caso dedicado
al conquistador Francisco Pizarro.



Tarzan. Hispano Americana, 1940
Personaje aparecido dentro de la colección Las Grandes Aventuras


Paralelamente aparecieron otras dos colecciones en el formato más habitual del tebeo autóctono y a un precio inferior (60 cts. frente a las 1,50 pts. de la anterior), que la editorial señalo con los nombres de Audaz y Aventuras y Misterio. La primera acogió ya desde su primer cuaderno al personaje del fumetti italiano (Dick Fulmine), un hercúleo detective repartidor de mamporros que aquí fue llamado Juan Centella y presentado como hispanoamericano. Pero no fue el único que apareció en esta colección global; también lo hicieron otras dos series de corto alcance: Pepín y Rufo y Ricardo Barrio, el Pelirrojo (Red Barry). No así Juan Centella, que alcanzó 135 ejemplares, aunque desde el número 36 fue englobado en lo que la editorial dio en llamar Álbumes Preferidos por la Juventud, aumentando también su tamaño. Audaz también tuvo su apartado cómico, con doce cuadernos verticales dedicados a Popeye.
Juan Centella. Hispano Americana, 1940.
Personaje aparecido dentro de la colección Audaz
Cuaderno núm. 8





Aventuras y Misterio. Hispano Americana, 1940
Cuaderno núm. 2



Ricardo Barrio, el Pelirrojo. Hispano Americana, 1940
Cuaderno núm. 2


Aventuras y Misterio contó en su composición global con Ciclón el Superhombre (Superman castellanizado), El Inspector Wade, Jorge y Fernando y dos cuadernos monográficos que fueron los primeros en inaugurarla. Tanto Ciclón el Superhombre como Jorge y Fernando (Tim Tyler) pasaron en un momento dado del formato normal (17 x 24 cm.) a otro mayor (21 x 32 cm.), algo habitual en muchos personajes de la editorial. De todos es sabido el enorme éxito de esta última serie: dos valerosos jovencitos que fueron presentados por la editorial como “los intrépidos muchachos españoles Jorge y Fernando”. Todo lo que fuese asociar valores épicos con españolidad, era ganar puntos frente a la maquinaria franquista; una práctica que no desaprovechó ninguna de las editoriales concurrentes en esos primeros años del régimen.
Como conclusión a este breve resumen de los primeros días de Hispano Americana en el segmento del cuaderno, señalar que todo indica que fue Juan Centella, seguido muy de cerca --o quizás solapado-- por El Hombre Enmascarado (The Phantom), la primera colección seriada de la editorial, aunque con muy pocos días de diferencia respecto a Ciclón el Superhombre, Cazando Fieras Vivas, Tarzan, El Agente X-9 y Merlín, todas en 1940.


Editorial Marco
Marco fue una editora nacida en la primera mitad de los años veinte en Barcelona. Abanderó durante varias décadas --junto a Gato Negro-- la producción de tebeos en España  a través de multitud de semanarios. Su otra gran baza editora se forjó en el campo del folletín, al igual que su principal competidor, Gato Negro, un terreno en el tanto una como otra se mostraron hiperactivas.
Esa experiencia acumulada permitió a Marco reaccionar con prontitud apenas concluida la guerra civil y tener su parcela de gloria en el amanecer del cuaderno en 1940. No podemos afirmar si sus primeros tebeos se presentaron antes o después de Hispano Americana; quizás lo hicieran al mismo tiempo. Pero Marco, al igual que había hecho Hispano Americana recurriendo a su fondo experimental, echó mano de aquello que le era propio, el folletín de aventuras. De tal manera que, escaramuzas aparte, los dos primeros cuadernos de su serie inaugural estuvieron dedicados a dos personajes de su catálogo de folletines: Dick Navarro y Búffalo Bill, aunque ninguno tuvo continuación.



Cuadernos números 1 y 2 de la Multiserie Biblioteca de la Risa Infantil,
que más tarde fue rebautizada como Gran Colección de Aventuras Gráficas
Marco, 1940

Esta colección recopilatorio fue bautizada en un principio como Biblioteca de la Risa Infantil, con la clara intención de asociar los cuadernos al buque insignia durante décadas de la editorial, el semanario La Risa Infantil, que venía publicándose desde 1925. Era sin duda una sabia elección, un sello de garantía, o quizás no lo fuese tanto, ya que conforme avanzaba la serie esta fue perdiendo parte de su nominación inicial. Primero fue despojada del calificativo “infantil”, y más tarde del supuesto sello de garantía, “La Risa”. Para quedar señalada por siempre como Gran Colección de Aventuras Gráficas.
La primera mini serie con personajes fijos llegaría en el cuaderno número cinco, una delirante y exitosa creación de Canellas Casals que había triunfado anteriormente en el folletín, Los Vampiros del Aire, La serie, como la mayor parte de los primeros cuadernos, fue dibujada primorosamente por el autor más venerado de esta editora, Francisco Darnís, quien fue desgranando cuadernos, aperiódicamente y de forma intercalada, hasta llagar a los doce ejemplares. Otras mini series fueron Los Navarro (6 ejemplares), Jaime Bazán (6), Javier Montana (5), César el Hombre Relámpago (2), y algunas más que podrán ver en su correspondiente entrada.

Los Vampiros del Aire. Marco 1940
Portada del cuaderno núm. 9.
Serial englobado en la multiserie Gran Colección de Aventuras Gráficas


Con apenas unas semanas de diferencia a esta primera gran colección madre, Marco puso en el mercado otra serie de formato y precio reducido (osciló entre 10 y 15 cts., aunque alguno llegó hasta los 30 cts.) a la que denominó Colección de Cuentos Ilustrados, dibujada en su mayor parte por Darnís y Ayné. Más que cuentos, eran historias de acción y misterio con ciertas dosis de truculencia dirigidas al lector de menor poder adquisitivo, en línea con el posicionamiento que Marco venía mostrando desde décadas atrás.

Colección de Cuentos Ilustrados. Marco, 1940



Editorial Valenciana 



Después de Hispano Americana, hay que señalar a Valenciana como la editora de mayor empuje en esos primeros años del franquismo. Logro más que meritorio logro si tenemos en cuenta que con anterioridad a 1940 la empresa no había mantenido relación alguna con la historieta y menos aún con el cuadernillo.

Los precedentes históricos de Editorial Valenciana se remontan a inicios de los años treinta; concretamente a 1932. Juan Bautista Puerto Belda, en compañía de un socio, inicia ese año la andadura editorial Y lo hace amparándose en la tendencia editora más populista de esa época: la novela por entregas, un formato literario –salpicado con algún que otro dibujo-- conocido familiarmente como folletín. 

Editorial Valenciana volcó toda su producción sobre estas lacrimógenas y emocionantes publicaciones., extendiéndolas incluso hasta los años de la contienda civil a través de una distribución doméstica, puerta a puerta, previa suscripción. Finalizada la guerra, la editora retoma nuevos bríos y también nuevos horizontes con los Tebeos como principal estandarte. En 1940 reorienta sus actividades, incorporando a su actividad gráfica nuevos conceptos y planteamientos comerciales de nuevo de la mano de Juan Bautista Puerto, esta vez en solitario. Desde el principio tiene claro un deseo, un nuevo objetivo: cambiar la espesa literatura de la novela por un producto editorial de fácil digestión literaria. El naciente cuadernillo gráfico, que desde sólo unos meses atrás empezaba a despuntar en editoriales como Hispano Americana, Grafidea y Marco, será su principal objetivo.

Será hacia finales de ese mismo año (1940), cuando Puerto proyecte el personaje inaugural de la nueva aventura editorial, Roberto Alcázar y Pedrin. En un principio describe a Roberto como un hombre de mundo: instruido, periodista, aventurero y con cierta tendencia detectivesca en lo vocacional. Nada en ese momento hace sospechar a su autor que está a punto de concebir al héroe más incombustible de la historieta española. Claro que para que eso suceda tendrá que precisar minuciosamente la personalidad del acompañante: Pedrin. 


Cuaderno núm. 6 de la primera edición de 60 cts.


Puerto decide poner la serie en manos de su cuñado, Eduardo Vañó –estaba casado con una hermana de éste--, un dibujante inexperto que hasta el momento sólo había experimentado con pequeños trabajos de ilustración en las mencionadas novelas de anteguerra. Vañó no era Freixas, ni tampoco Pertegás, autor este último de muchas de las portadas de los anteriores folletines y novelas de la editorial. Ni falta que hacía. Los propósitos de la “Colección Alcázar” , como fue señalada por la editora desde el primer cuaderno, en un claro intención de invitar a su coleccionismo, no pasaban por ahí, como pronto quedó demostrado.

Inmediatamente después, con apenas dos cuadernos de diferencia, aparecía en el mercado el segundo serial: Bob Tailer el Justiciero, de la que pocas cosas positivas se pueden decir. Sencillamente espantosa. Salvo el último de los cuadernos, cuya portada podría ser sido obra de Vañó, el resto posee el misterio de su autoría gráfica, por llamarlo de alguna manera, aunque algunos se empeñen en atribuirla a Eduardo Vañó.

Cuaderno núm. 1 de la primera edición del personaje
Autor desconocido


Unas semanas más tarde, un mes a lo sumo, se estrenaba Selección Aventurera, la colección de colecciones de mayor variedad temática y longevidad en el tiempo, que acabó abarcando un total de 73 cuadernos, de los cuales veinticuatro corresponden a miniseries: Barton, Los vengadores de la India, Los tambores de Fu-Manchú, Juan y Ramiro, Richard y Bakuto, El capitán Maravillas, Mckay de la Policía Montada, y El Misterioso Dr. Satán. El resto pertenecen al apartado de monográficos, en el que alternaron todo tipo de guiones o fuentes de alimentación literaria: historia, ficción y películas de cine, principalmente. También hubo espacio para un cuento, que caprichosamente recayó en El Gato con Botas. Fue una de las grandes series pioneras del cuadernillo autóctono, y en ella se dieron cita muchos de los dibujantes insignia del futuro tebeo español: Manuel Gago, José Grau y Eduardo Vañó, principalmente.

Uno de los primeros ejemplares de la serie
Portada de Edmundo Marculeta


A continuación llegarían un rosario de series de corte humorístico, con Mister Bluff y Jaimito y Periquete a la cabeza. Pero eso lo iremos viendo de forma particular en su correspondiente entrada de blog.

viernes, 23 de diciembre de 2011

INTRODUCCIÓN A UNA ÉPOCA, A LOS PRIMEROS TEBEOS



Escribir sobre tebeos y contar una historia vivida en compañía de viñetas es siempre un ejercicio apasionante; es sumergirse en un tiempo turbulento en emociones, con vínculos y estímulos difíciles de entender desde la edad adulta. Ni falta que hace. No imagino la vida madura sin memoria de aquello que fuimos, de cuanto vivimos, de lo que soñamos e idealizamos. Renunciar hoy a los tebeos, no amarlos calurosamente, sería como perder las raíces más profundas de nuestra infancia. Personalizando –si es que hasta ahora no lo he hecho--, sería como desprenderme de la esencia del niño que fui, de aquellas primeras luces, no siempre iluminadas. Sí, ya sé que habrá quien antepondrá el otro gran velador de la infancia, el cine; y lo entiendo, no voy yo a renegar ahora de mi alma cinéfila. Pero los tebeos poseían algo más, un plus afectivo que aumentaba en función de la relación sintónica con el personaje central, o de la extravagancia de la historia que encerraban. ¿El cine de los pobres? Puede ser. Pero su carácter material, físico, el hecho tenerlos entre las manos una y mil veces, leerlos y releerlos, deleitarse con el detalle de una viñeta, observar el brillo de las portadas, su característico olor a tinta fresca, saber que eran tuyos para siempre –es un decir--, los hacía diferentes, mágicos, fieles compañeros al fin y al cabo.
Los tebeos de nuestra infancia eran como una divina potestad que cubría de magia aquella atmósfera gris y apesadumbrada, tenebrosa por momentos; un manto lumínico que esclarecía las tinieblas de aquellos días. No creo exagerar si digo que todo nuestro mundo aspiracional, los héroes que suspirábamos ser, las aventuras que anhelábamos vivir, los lugares que deseábamos conocer estaba ahí, en los tebeos. Y también la magia, el arrojo, la nobleza, la amistad sentida, la justicia, la épica…, todo eso eran los tebeos, que por algo habían bebido en las fuentes de la novela decimonónica de aventuras, en la creatividad de los grandes autores: Dumas, Cooper, Stevenson, Salgari, Scoot, Verne. Dickens, Reid, Feval, etc. Bebida que no sentó por igual a las editoriales y autores gráficos que la escanciaron, no hay más que observar la ingenuidad de ciertos trabajos. Pero los orígenes del tebeo de posguerra, sus constantes, se remontan a esos nombres y a obras como El Capitán Blood, Ivanhoe, El libro de la selva, El hombre invisible, Los tres mosqueteros, etc., etc. Sin olvidar el folletín seriado, verdadera antesala del tebeo, con sus dramas y atmósferas de los más truculento e hijo así mismo de la novela universal de aventuras.

Grandes Historias para la Juventud
Cuaderno núm. 2

Los tebeos englobados en el presente catálogo, los llamados cuadernillos, hacen su aparición en España de forma decidida y contundente apenas finalizada la guerra civil. Atrás habían quedado tiempos en los que el medio vehiculaba mensajes satíricos sobre actualidad social, política y religiosa; y también de carácter educativo. Ahora llegaban libres de corsés, sin más objetivo que el de servir de entretenimiento, con la épica por bandera, mayoritariamente. Héroes desprovistos de corsés, sin otra misión que la de impartir justicia sin miramientos de ningún tipo. Y si para ello tenían que matar al malvado de turno, pues se mataba, a golpes, atravesado con la espada o con un balazo en el estómago, el caso era eliminar al indigno, al tirano, al usurpador, al opresor. Y nosotros tan contentos, sin traumas ni ánimos miméticos; éramos niños pero no tontos.
Pero fue llagar el tebeo a los quioscos y aparecer el tío Paco con la rebaja, ofreciendo al pueblo una España misérrima en libertades, al tiempo que una censura idiota. Si a eso añadimos las carencias propias de un país que aún se lame las heridas, que ha sido despojado de todo bagaje editorial durante los últimos tres años, concluiremos que el horizonte era poco esperanzador. Un panorama deprimente, irrespirable para espíritus inquietos. Todos, chicos y grandes metidos en un pozo oscuro, aunque los mayores –reconozcámoslo-- no disponían de mucho tiempo para lamentaciones, bastante tenían con tratar de llevar sustento a los suyos. Pero los niños… ¿Quién sacaba del pozo a los niños? ¿Quién podía ofrecerles entretenimiento por apenas unos céntimos de peseta? La respuesta estaba en el quiosco, o en la librería, o en el estanco –allí también los vendían, al menos en mi pueblo--, porque ahí se encontraban los tebeos. Ellos, como nadie, podían curar nuestra melancolía –el cine era para señoritos, al menos el que echaban en las salas de estreno--.
Quizás me esté desviando de la cuestión central, pero ya he dicho al principio que hablar de tebeos es siempre un ejercicio apasionante y no puedo por menos que dejarme llevar por los sentimientos, por las emociones que afloran espontáneas. Este es un sitio sobre tebeos y no puedo por menos que empezar recordando mis primeras luces, la fascinación inicial por las viñetas cuando apenas había cumplido seis años. Y agradecerles su existencia y el que pudieran lograr sobrevivir en una España gris y canalla, trufada de incompetencia entre aquellos que supuestamente velaban por la moral y las buenas costumbres.
Mi casa era una de las muchas casas baratas que se construyeron en España en tiempos de posguerra, fruto de un plan denominado Regiones Devastadas. Reconozco que entonces nunca reflexioné acerca del ese extraño nombre; no se habían dado las circunstancias para ello: jamás lo había visto escrito, siempre de oídas. Y concluí que aquellas casas humildes pertenecían --o las había construido-- el Sr. Vastadas. Estaba claro. ¿De quién podían ser con ese nombre? Pues de Vastadas, naturalmente. Pues bien, en esa casa, donde para comer carne mis hermanos recurrían a veces a la colocación de trampas en el patio de la casa en busca de algún pajarito, descubrí por vez primera los tebeos. Y lo hice de la mano de mi madre, devoradora incansable de todo tipo de relatos.
Cuaderno núm. 6 de la primera edición

La recuerdo a veces abriendo cajones de una cómoda vetusta que teníamos en el comedor y sacando algún cuaderno de portada colorista que luego devoraba sentada en la mecedora. En aquellos cajones descubrí centenares de tebeos, y también folletines, que mi madre guardaba con mimo desde hacía décadas. La mayoría de ellos pertenecían al mayor héroe, o héroes, según se mire, que ha tenido el tebeo español: Roberto Alcázar y Pedrín –lo de mayor se refiere especialmente a longevidad, que nadie se rasgue las vestiduras, aunque no acepto deméritos hacia esta inolvidable colección. Pero también estaban Suchai y Zarpa de león entre otros.

Cuaderno núm. 3
A veces me subía encima de la mecedora, y de mi madre, y ella me leía un tebeo –de Roberto Alcázar, normalmente--, señalándome cada viñeta e interpretando sus textos para que yo pudiera seguir la trama fielmente. Mi fascinación por Roberto iba en aumento a medida que conocía nuevas portadas, nuevas historias: menuda enciclopedia de personajes y lugares, de artilugios y monstruos extraños, de mujeres desamparadas y de femmes fatales. Y menudo desparpajo y vocabulario el del mocito Pedrín, al que pronto sublimé hasta la envidia cochina.

Cuaderno núm. 1
Me fijaba en el dorso de los cuadernos y me sorprendía la enorme lista de títulos publicados –si no recuerdo mal la colección sobrepasaba ya los tres centenares—. Por el contrario, miraba los dorsos de Zarpa de león –colección que llevaba en casa varios años guardada— y ni rastro de numeración. Supongo que no le di mucha importancia, pero era extraño comprobar esa diferencia entre una y otra colección. ¿A qué obedecía esa contradicción?
Luego vinieron años de amigable relación con el medio, hasta que llegó la adolescencia y el cine, la música y las chicas sustituyeron a los tebeos. Todo eso lo he contado en mi libro LA MAGIA DE MAGA, por si alguien está interesado en conocer como fueron esos años mágicos en mi caso particular.

La Magia de Maga
Ed. Glenat, 2002


Mas tarde, casado y con hijos, alguien llamó de nuevo a mi puerta más íntima, la del alma, la que preservaba los recuerdos almacenados de la infancia. Y resultó que quien llamaba eran los tebeos, aquellos personajes a los que un día di la espalda y dejé aparcados –y por lo visto no olvidados--, que volvían a reclamar atención. Y apareció la nostalgia, el recuerdo de días pasados, la admiración por el trazo de autores como José Ortíz y su Pantera Negra, Ambrós y su Capitán Trueno, Gago y su Guerrero del Antifaz. Y por supuesto, Vaño y la pareja compuesta por Roberto Alcázar y Pedrín. Pero, como digo, esa es una historia que ya he contado.

Cuadernos números 1
Ahora toca entrar de lleno en el objetivo del presente Blog, apuntado ligeramente cuando comentaba la diferencia entre Roberto Alcázar y Pedrín y Zarpa de león, el porqué de una numeración visible en el caso de la primera y una numeración ausente, en el caso de la segunda –sólo años después pode observar que también Zarpa de león llevaba número impreso, pero de tapadillo, escondido entre la maraña de dibujos de la portada.


TEBEOS BAJO SOSPECHA: 1939 - 1951

Aunque con anterioridad a la guerra civil existieron múltiples editoriales que publicaron colecciones de tebeos en formato cuadernillo, bastantes más de la creencia generalizada, 1939, o 1940, como se prefiera, fue el año realmente clave en la resurrección y expansión definitiva de este tipo de soporte narrativo. Con anterioridad al levantamiento militar, y durante el mismo, el hábitat tradicional de las viñetas eran los llamados Semanarios de historieta. La guerra civil provocó una catarsis obligatoria en muchas de las editoriales, de manera que en su resurrección posbélica se presentaron en el mercado con renovadas ideas, o lo que es lo mismo, con una nueva concepción de producto, al menos en un porcentaje alto del global de la producción. A ese producto masivo se le dio en llamar cuaderno o cuadernillo. El género aventurero se convirtió en la fuente principal de argumentos, sin olvidar el humorístico, el infantil y los llamados cuentos de hadas.


Cuaderno núm. 1



Cuadernos núm. 1


Sobre este trasvase, sobre el influjo que tuvo en esa transmutación una editorial como Hispano Americana y su caterva de maravillosos personajes del cómic americano de aventuras --aparecidos en semanarios como Yumbo (1934), El Aventurero (1935) y Tim Tyler (1936)--, ya se ha escrito lo suficiente, existen varios libros que recogen la importancia e influencia de esos héroes yanquis en el tebeo autóctono. No es por tanto el objetivo de este libro-catálogo pormenorizar sobre ello. Pero quizás si sea conveniente recordar que esta editorial, junto a Molino, fueron las grandes impulsoras del formato, ya en 1936, con cuadernos dedicados a personajes como Tim Tyler, El Agente Secreto X-9, Flash Gordon, Radio Patrulla y Jim el Temerario –los cuatro primeros con el sello de Hispano Americana y el último de Molino--. Estos cuadernos o álbumes tuvieron la desdicha de aparecer en el momento menos oportuno; no era el año para sacar pecho y la guerra frustró la más que posible progresión del nuevo formato y de los héroes que lo habitaban. Pero nadie puede discutir la importancia de su aparición y la influencia de estas iniciativas en el devenir futuro del cuaderno una vez concluida la contienda.

Cuaderno núm. 1


Franco y sus aláteres habían ganado y España se convirtió en su parcela particular, un terreno donde sembrar todo tipo de reglas, doctrinas y prohibiciones, siempre, claro, con la excusa de construir una España Grande y Libre… ¡Arriba España! Qué pena que no hubiéramos contado con una pareja como Roberto Alcázar y Pedrín en el otro bando.
La prensa infantil, entre otras, sufrió un rosario de prohibiciones que acabó enloqueciendo a editores y lectores; ni los unos podían publicar cabecera alguna que tuviera aparición periódica, ni los otros distinguir y seguir puntualmente a sus personajes favoritos. Este acoso al papel impreso se inicia ya en 1937, cuando Franco centraliza su maquinación represora sobre todo lo que oliera a imprenta en la Delegación para la Prensa y Propaganda, organismo al que un año después, en enero de 1938, se incorporaría como máximo responsable Ramón Serrano Suñer, fiel seguidor y propagador de ideologías nazis.
De manera que… ¡Ostras, Pedrín!, el sector amaneció a la Paz con menos paz que nunca. La guerra había terminado, si, pero sólo la que afectaba a la integración física. Ahora empezaba otra batalla, la ideológica.
Como si alguien hubiese tocado diana, el sector de la historieta se puso en pié de manera unánime. Eran tiempos de incomunicación absoluta –salvo la oficial-- y, sin embargo, todos los editores coincidieron en el tipo de tebeo a producir cuando no existía la más mínima conexión entre ellos. De pronto, tanto las editoriales ya experimentadas en el terreno de la viñeta como las de nuevo cuño iniciaron su cruzada particular contra el aburrimiento de los más pequeños y menos pequeños inundando de cuadernos las fachadas de los quioscos. Los Semanarios, tan presentes antaño, bajaron su presencia para ceder espacio a los cuadernos de aventuras.
Editoriales ya experimentadas en el sector, como Hispano Americana, Marco, SGEL fueron de las primeras en reaccionar; también Bruguera, que acababa de estrenar nuevo nombre. Otras, como Valenciana y Guerri, que hasta el momento había experimentado con la novela y/o folletín, cambiaron sus conceptos de edición y también se sumaron a la movida tebeística. Pero quizás lo más llamativo fue la aparición asombrosa –por la cantidad-- de nuevos sellos, algunos de los cuales se quedarían el sector para gloria de éste: Cliper, Grafidea –que tuvo una vertiginosa y cambiante irrupción (ver apartado Grafidea), Ameller, Proa, Rialto, Marisal, …, y poco más tarde Tesoro (1944), Tritón (1944), Toray (1945), Fantasio (1945), Bergis (1945) Ricart (1947), etc.
(Continúa en el apartado PRIMERAS SERIES Y CUADERNOS)